“Conócete a ti mismo” (en griego γνωθι σεαυτόν; en latín Nosce te ipsum), es un famoso aforismo que, inscrito en letras de oro, presidía la entrada al mítico oráculo de Delfos, al pie del monte Parnaso, en la antigua Grecia. Allí acudían peregrinos de todas partes del mundo a formular sus preguntas al mismísimo Apolo. Esa frase se suele atribuir a los siete sabios de Grecia o a alguno de ellos. Pero Juvenal dijo, con mucho sentido, que había descendido directamente de los cielos.

Es fácil imaginar al peregrino que llega al oráculo de Delfos cansado tras una larga y azarosa caminata en la que ha arrastrado, como una sombra, sus dudas e inquietudes. Ese oráculo tiene mucha fama por estar dedicado a Apolo, y él anda ansioso por formular sus preguntas. Espera respuestas, pero lo primero que se encuentra es esa frase que casi suena a sentencia: “Conócete a ti mismo”. Sería como un shock. Para empezar, ya tiene la primera respuesta: conocerse a uno mismo es ir en busca de la verdad; no de lo que al peregrino le gustaría oír, sino de aquello por lo que debería empezar. Es como si los papeles se invirtieran y el oráculo le espetase: ¿de verdad quieres saber?

No me extrañaría, incluso, que ese primer encuentro llevase a más de un peregrino a cambiar sus preguntas. Una vez dentro, ya purificado, el peregrino se presentaba ante la pitia o sibila, quien tras beber agua de la fuente de Castalia y quemar hojas de laurel (árbol dedicado a Apolo), entraba en trance. Sentada sobre un trípode de madera de laurel, cuyas patas representaban pasado, presente y futuro, respondía como mediadora del dios.

Delfos era el más famoso de todos los oráculos del mundo, a él acudían miles de peregrinos de todas partes y de toda condición, incluso reyes y emperadores. Era el centro del mundo, el ónfalos (ombligo en griego), tal y como había determinado el vuelo de dos águilas que se encontraron en tan emblemático lugar tras haber emprendido el vuelo desde distintos confines de la Tierra a instancias de Zeus (Júpiter). Y alcanzó un gran esplendor desde el siglo VI a.C. Su fin llegaría con la prohibición de Justiniano en el siglo IV d.C.

El gran divulgador de este famoso aforismo fue Platón, que lo pone en boca de Sócrates en los Diálogos, y de ahí que se atribuya generalmente a este gran filósofo y maestro de la moral ateniense. Sin embargo, es mucho más antiguo y podría provenir del propio Apolo, el dios Sol. Si bien en la época helenística Delfos se convirtió en el oráculo más popular, los cultos y oráculos solares en aquel lugar eran mucho más antiguos, lo cual es muy significativo desde el punto de vista astrológico.

El Sol es el arquetipo que indica la esencia de lo que somos. Es más, indica el héroe o la heroína que llevamos dentro y en lo aquello que nos podemos convertir si tenemos el valor de realizarnos.

Conocerse a uno mismo es una tarea titánica, que puede ser maravillosa, pero también dolorosa, sanadora, alucinante, compleja, intermitente, confusa, emocionante… y, en definitiva, interminable. Sí, porque uno nunca es ni deja de ser. Somos seres en constante evolución, en constante cambio por el paso de la edad, las experiencias, la voluntad, las relaciones, las enfermedades, las batallas que libramos en cualquier ámbito, lo que pasa en el mundo… son tantas las cosas que nos van moldeando. Y no hay más remedio que ir conociéndonos día a día, año en año…

Con razón, en aquel recinto sagrado se podía leer la siguiente inscripción:

«Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que, si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. Conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses».

Conocer el Sol, en tu carta astral, con su signo, la casa que ocupa, los aspectos y algunos datos más, es una de las mejores maneras de conocerte a ti mismo. Por eso, la Astrología y la carta astral natal representan una maravillosa herramienta para el crecimiento personal y para salir de dudas o incluso ser capaces de hallar las respuestas en nuestro interior.

Sin duda, era esto a lo que se refería aquel famoso aforismo: “Conócete a ti mismo”. Por supuesto que esa frase proviene del cielo, que es del mismo Apolo, como algunos autores clásicos afirman. A mí no me cabe la menor duda. ¿Y a ti qué te parece?